EL LITORAL, Noviembre 11 de 1966.

RECUERDO DE LOS PRIMEROS AVENTUREROS DEL BRASIL
(A bordo del "Libertad", 1966)

Antes que Solís entrara al río de la Plata y que Gaboto y Diego García navegaran el Paraná por esta ruta que remontamos en busca de la Estrella Polar, bajaron, guiados por la Cruz del Sur, los primeros navegantes que dieron nombre a la tierra del Brasil y a sus puertos, después de soportar tormentas y huracanes entre el crujir estrepitoso de la deleznable tablazón de las naves y las imprecaciones a Dios y a todos los santos salpicadas de improperios y de blasfemias.

Los portugueses, desde los tiempos del príncipe Enrique el Navegante, habían perdido el miedo al mar; mientras que en España, mucho tiempo después de los viajes de exploración y conquista, se cantaba aquella intencionada y picaresca copla que decía:

"Don Juan se quiere embarcar, las damas dicen que yerra, que el que no es hombre en la tierra menos lo será en el mar!.

En el reinado de Don Manuel I, llamado "o venturoso" por los portugueses, cuyo reinado abarcó más de veinticinco años desde fines del siglo XV a las primeras décadas del siglo XVI, una expedición lusitana había recorrido el continente dando nombres a los lugares de la casta en una extensión de más de dos mil millas. Posteriormente el rey de Portugal arrendó por un trienio las tierras del Brasil que vamos dejando hacia el poniente, y al vencerle el plazo de ese convenio, una nueva flota por orden del rey volvió a reconocer la costa después de arribar a la isla de Fernando de Noronha.

Las aplicaciones industriales del palo brasil, del que a principios del siglo XVI se embarcaron varios quintales, le convirtieron en el principal cargamento de los barcos que se aventuraban basta estas dilatadas y apartadas regiones, donde en precarias construcciones se hablan instalado las primeras factorías portuguesas que proveían a las naves del producto de sus cacerías, en especial de papagayos que en aquellos tiempos se mercaban a muy buenos precios en todos los puertos de Europa.

Pocos años después de subir al trono de Portugal Don Juan III envió con rumbo al Brasil una expedición al mando de Cristóbal Jaques, uno de los más expertos marinos de su época y que ya en tiempos del rey Don Manuel I había navegado con el mismo rumbo como capitán de otra flota.

Los portugueses continuaron así sus exploraciones a lo largo del litoral del Brasil y llegaron, según algunos historiadores lusitanos, a internarse por el río de la Plata aún antes que Solís. Fue así como en las factorías que establecieron a lo largo de la costa del Atlántico los navíos y las flotas que hasta allí llegaban, no sólo hallaban el ansiado refresco de sus provisiones, sino también la principal fuente de información sobre la tierra que se extendía hacia el Sur.

En la factoría de Pernambuco donde se hablan asentado el factor Manuel de Braga y el piloto Jorge Gómez, Gaboto que había zarpado de España con el propósito de iniciar el comercio con oriente, en especial con las islas Molucas por la ruta que abriera la expedición de Magallanes a través del estrecho descubierto el día de Todos los Santos, oyó de labios del factor y del piloto asentados en Pernambuco, ponderar las fabulosas riquezas que le seria dado hallar si se internaba con su flota por el río de Solís, que los portugueses llamaba "o río de prata"; y en ocasiones en que bajaban hasta la factoría los indios de la región, hombres y mujeres de baja estatura, de color canario y que andaban en cueros sin ninguna cobertura, según los documentos de la época, les oyó asimismo exaltar la riqueza y los tesoros de ese río famoso, por donde, le afirmaban, que llegaría sin muchas penurias hasta los dominios de un famoso rey blanco poderoso en oro y en plata.

Más abajo de Santa Catalina se encontraban ciertos náufragos de antiguas expediciones y algunos sobrevivientes de la malhadada flota de Juan Díaz de Solís que llevaban más de trece años viviendo en la tierra, donde habían adquirido, con la lengua de los indios, muchas e importantes noticias sobre esas tan extremadamente mentadas riquezas, como aquel Enrique Montes, tripulante de Solís que vivía pacíficamente entre los indios desde que en su mocedad le abandonaron despavoridos sus compañeros mientras, a la orilla del río que acababan de descubrir, devoraban a su capitán en un banquete ritual. Sebastián Gaboto le halló en la laguna de los Patos, y allí, por su testimonio y el de sus compañeros de andanzas y desventuras Melchor Ramírez y Francisco del Puerto, confirmó ampliamente la información que recogiera más arriba sobre aquel fabuloso río por donde los indios iban y venían llevando consigo plata, oro y otros metales, extraídos de un cerro señoreado por aquel mentado rey blanco que vestía como los españoles y llevaba sobre sus hombros rices mantos tejidos de lana finísima y de vivos colores.

A lo largo de la cesta del Brasil, con un lejano fondo de maracas embrujadas que marcaban insistentes el ritmo de una danza salvaje, los aventureros, abandonados o náufragos de antiguas expediciones que hablan hecho ya una vieja amistad y alianza con los indios de la región y que a la fresca y trémula sombra de bananales y palmares tenían sus mujeres indígenas y sus hijos mestizos, fueron quienes alentaron y guiaron las naves que se lanzaron a la conquista de este soñado y legendario río de la Plata, embarcándose con sus mujeres y con sus hijos y prestando importantes servicios como lenguaraces por su conocimiento y dominio del tupí, entre las tribus Chaná-Timbú de nuestro Paraná que tenían entre ellos prisioneros y esclavos de origen guaraní conocedores a su vez de la lengua que se hablaba en esta tierra santafesina.


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